martes, 24 de mayo de 2011

Sonrisas que curan el alma.

Hoy festejamos el cumpleaños de Almudena. Fue un festejo agridulce. Hace ya más de tres semanas del diagnóstico más terrible e increíble que he escuchado en mi vida. Es curioso, dentro de mis deseos más anhelados quería que el tiempo pasara extremadamente lento para disfrutar de mis dos hijos, que no crecieran tan rápido... y se me ha cumplido. Estas semanas de tratamiento que apenas empieza se me han hecho interminables. Entre prednisona, l-asparaginasa y vincristina el tiempo parece estar detenido, como si también, al igual que yo, estuviera expectante e impactado. De pronto uno siente que la vida se detiene, y como no, si las horas y los minutos se alargan de una forma extraordinaria. Ah pero eso sí, cuando se trata de la espera para que NO llegue la siguiente sesión de quimioterapia, la mente tiene preparado un malévolo plan y de repente, el tiempo que transcurría tan lento, empieza a pasar velozmente, y no da tiempo de que se te olvide, lo suficientemente rápido, el sufrimiento de un niño al ver una aguja.

Mañana Borja tiene punción lumbar y quimioterapia intratecal (directamente en la espina dorsal), la primera del tratamiento. Miedo, nervios, angustia, en fin, un cocktail de sentimientos afloran en mí desde que supimos que se la iban a realizar. Tengo confianza en que todo saldrá bien como hasta ahora; resultados de la terapia: celulas malas 0%; resultados de análisis: cromosoma Philadelphia negativo, así que debo de tener confianza en que todo saldrá bien. Aunque se que las cosas no salen siempre como uno quisiera. Siento un miedo extremadamente "humano", real, frustrante. Mi pensamiento: “Si cosas malas le pasan a la demás gente ¿por qué a mi no?”.

Borja siempre ha sido un niño feliz y muy activo, desde bebé tenía una chispa que llamaba mi atención. Aprendió a caminar al año impulsado por una sed de descubrimiento inagotable. Almudena, por otro lado es la bebé más tranquila que conozco. Son opuestos, pero son la mezcla perfecta para tener una receta llena de felicidad y orgullo. Borja adora a su hermana desde el día que nació. Es una amor fraternal impresionante. La consiente, la llena de besos hasta hartarse, la abraza, la hace reír.  Cuando la ve, instantaneamente se le ilumina el rostro y toda pena, todo enojo, toda frustración se olvida; y se nos olvidan a Rodrigo y a mí cuando vemos esas sonrisas...y nos curan el alma.   Quiso, obviamente, celebrar el cumpleaños de su hermana con unas ganas como si fuera el suyo, así que le organizamos una pequeña reunión con los abuelos, y por un momento el tiempo pasó a la velocidad que debía pasar, y se nos olvidó (o por lo menos no nos acordamos tanto) de los difíciles procedimientos que nos esperaban al otro día. Y cantamos feliz cumpleaños, comimos pastel y nos llenamos el alma de esas sonrisas mágicas una y otra vez. Y, al final del día pensé: “Cosas buenas le pasan a la demás gente...y a mí también".

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