viernes, 20 de julio de 2012

Crónica de un nacimiento anunciado.

Naciste una mañana de julio, hace 5 años, después de los reglamentarios nueve meses de espera y una barriga que era la esperanza convertida en bendición. Sentí tus moviemientos dentro de mí durante un tiempo, causando una infinidad de sentimientos en tu papá y en mi. Sin embargo, ninguno como el que sentí la primera vez que oí tu llanto, tan parecido al de otros niños pero tan diferente al mismo tiempo, porque era el tuyo, el de mi hijo. Es una especie de sensación surreal, mezcla de felicidad y temor, angustia y orgullo.
Siempre me quedará grabado ese día. La llegada al hospital fue sin contratiempos, después de una noche tranquila en la que para mi sorpresa pude conciliar el sueño, alimentado por la serenidad de quien sabe que todo lo que viene va a salir bien. Después de los trámites a realizar en el hospital y de saludar a los futuros abuelos y tíos, me ingresaron a la sala de preparación, dónde no te puedo describir exactamente que pasó ya que los nervios y la emoción a esas alturas empezaban a apoderarse de mí. Sin embargo, de las cosas que recuerdo es a una enfermera amable que me hacía conversación, una bata y un gorro ridiculamente incomodos, y un edema (prometo explicarte qué es eso) que, aunque no fue la peor de las experiencias, prefiero no describir. Ataviada tan elegantemente me condujeron al quirófano en donde una plancha fría me esperaba. Todo lo que sucedió después no fueron más que procedimientos de rutina antes de realizarse una operación, entre ellos el piquete de la anestesia a cargo de un doctor muy amigable que todo el tiempo no paró de llamarme “chaparra” -¿será que me había visto en pie? No lo sé, pero sin duda, el apodo me quedó de maravilla y de algún modo me hizo sentir más cómoda. Muchos minutos (o al menos a mi me parecieron) pasaron en lo que pudieron dejar a papá reunirse conmigo. Y ahí estábamos, los dos agarrados de una mano y con el corazón en la otra, esperándo, oyendo, adivinando. Cuando de pronto una voz, que no estoy segura de quien fue, anunció que el bebé había nacido y que  estaba perfectamente sano y que además, por si esto no era suficiente, era el más bonito que había visto. Las lágrimas fue lo siguiente que recuerdo, las mías y las de papá, que entre sollozos me dijo “Nació Borja”. El primero en cargarte fue él, y supongo que la emoción que sintió ha de haber sido indescriptible, ya se lo preguntarás tu mismo. Al igual que a los abuelos y los tíos, que impacientes, esperaban como perritos en una tienda de mascotas  atrás de un cristal, por el que te vieron por primera vez, haciendo del momento una mezcla de risas, llantos, abrazos y felicitaciones. Lo siguiente era el momento que más había esperado en mi vida, por fin habías nacido, por fin estabas con nosotros y moría de ganas de cargarte y darte un primer beso, de conocer a aquella personita que me había estado pateando y empujando durante los últimos meses y que me había imaginado de mil formas, y por la que sin conocerla aún de frente ya daba mi vida entera. Ese momento no tardó en llegar mientras seguías en manos de los doctores, y te di ese primer beso,  que siempre recordaré como el beso que he dado a la piel más suave que jamás imaginé, tan suave, que pensé que te podía raspar con mis labios...al fin, había llegado, el primero de muchísimos besos que te daría.
Y así fue como naciste una mañana de julio,  después de los reglamentarios nueve meses de espera y una barriga que era una bendición convertida en realidad.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS BOLLO!