miércoles, 25 de mayo de 2011

Un chichón con color de berenjena.

La punción lumbar fue todo un éxito. Llegamos 8:30 en punto de la mañana a la Clínica. Después de esperar media hora, por fin hizo su aparición el hematólogo de Borja, conocido por ser un estudioso del tema y por su fama a nivel mundial en el tratamiento de la Leucemia, y a quien por cierto ese día, su brillante mente no le ayudó en nada para evitar una caída, encontrarse con una maceta y terminar con un tremendo “chichón” de color rojo, que más tarde se pondría del color de una berenjena, y que nerviosamente intentaba tapar con un globo lleno de agua fría. Es una anécdota curiosa, no se me va a olvidar como no podía dejar de ver ese voluptuoso bulto en la cabeza del ilustre doctor, mientras me explicaba lo que pensaba hacer con mi hijo: que si le picaba acá, que si le sacaba el líquido, que si le metía el otro. De pronto me di cuenta que Borja estaba en las manos de un simple humano que puede tener, literalmente, tropiezos, y que esos tropiezos pueden tener una consecuencia, y eso te pone a pensar muchas cosas. Pero gracias a la experiencia del doctor y pese al dolor que seguramente le estaba provocando aquél bollo, la punción fue rápida, sin que esto pudiera evitar que Borja pegara unos gritos desaforados producto del temor al dolor que le podría provocar aquel sujeto de bata blanca. 

Más tarde ya en casa de los abuelos, Borja se relajó con una dona de amaranto de Krispy Kreme (su favorita), una buena sesión de videojuegos, y la visita de "Abita de México" con su oportuno regalo de lego para armar un Rayo McQueen. Rodrigo y yo por nuestra parte, nos ibamos sumergiendo en un mar de ansias. Sabríamos en unas horas si la enfermedad se había ido al sistema nervioso central. Sólo un 3% de los niños tienen la enfermedad en el líquido cefalorraquídeo al momento del diagnóstico y es aterrador pensar que tu hijo puede formar parte de esas estadísitcas. 

En punto de las 4:30 de la tarde ya estábamos en la sala de espera de la clínica. El doctor iba retrasado así que tuvimos que esperar dos largas horas para verlo. Dos horas en las que, la incertidumbre y los nervios se estaban convirtiendo en cargas imposibles de aguantar, más o menos lo que le pasaba a Rodrigo cargando a Borja mientras éste dormía profundamente, sintiéndose protegido en los brazos de papá.

Por fin nos recibió el doctor. Los análisis estaban bien. Plaquetas, globulos blancos, hemoglobina y demás estaban en orden, como debía de ser. La punción también salió bien, el líquido estaba excento de celulas malas, podíamos respirar tranquilos al fin. Estabamos contentos, pero Borja no, todavía teníamos que pasar a la sala de quimioterapia para que le pusieran su dosis del día. Al parecer estamos terminando la etapa llamada Inducción a la remisión.

Después de la rutina obligatoria de la sesión de quimio, en la que por cierto la compañía de abu hizo más grata la espera, salimos hacia casa, no sin culpar al chichón del doctor por haber retrasado todo su día y habernos hecho partir de ahí fatigados al extremo. Y salimos cansados pero contentos, cansados pero esperanzados, cansados pero tranquilos, cansados pero dispuestos a celebrar la excelente noticia, porque esto se trata de vivir cada día al máximo, cada momento como único y de festejar los logros, grandes o pequeños que se tengan.

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