miércoles, 22 de junio de 2011

Quérote Moito.

Quiero compartir algo que escribí cuando murió mi suegro...hoy es un buen día para hacerlo.
"Sigo pensando en la pregunta. Sigo dándole vueltas en la cabeza, embriagado por la sensación de felicidad mezclada con nostalgia; nostalgia que me hace suspirar y pensar en lo afortunado que soy de poder sentirla y vivirla. Especialmente esta noche, cuando al llevar a la cama a mi hijo, éste me ha preguntado: “Papá ¿cómo era mi abuelo?, cuéntame alguna historia de él”. La pregunta instantáneamente provocó que la famosa sensación de nudo en la garganta hiciera su aparición, esta vez recorriendo todo mi cuerpo a modo de escalofrío. Le sonreí, y en esos segundos que duró la sonrisa, antes de que empezara a hablar, se me vinieron a la mente infinidad de imágenes y recuerdos de mi padre. Lo complicado empezaba ahora. Cómo resumirle a un niño de siete años tantas cosas vividas, las mejores anécdotas, los mejores chistes...la historia que quería oír. Borja clavaba sus ojos redondos en mí, esperando una respuesta, arqueando sus cejas como hacía cuando sentía curiosidad por algo. Así que me aclaré la garganta, y comencé a contarle como era su abuelo.
Empecé contándole que mi padre había llegado de España buscando una nueva oportunidad en el país, porque los estragos de la españa franquista empezaban a notarse. Que viajó en un barco, ataviado con una camisa blanca, un saco gris, y una desgastada gorra que le protegía del sol atlántico durante el trayecto, cuando salía a cubierta a respirar del aire salado de aquellos mares desconocidos. Que dormía en un minúsculo camarote de madera por el que se asomaba cada mañana por una pequeña escotilla, imaginándose como sería su nueva vida. Hasta que un caluroso día, desembarcó en Veracruz. Un día en el que tembló, anécdota que le gustaba contar y relacionar con su llegada.
Le conté como decía mi padre que la noche que conoció a mi madre supo que iba a pasar el resto de su vida con ella, aunque le llevara quince años de diferencia y le dijeran “asaltacunas”. Porque se enamoró desde que la vio por primera vez, en aquél baile en el que mi madre había sido reina de alguna asociación de empresarios, aunque no estaba seguro si eso de reina, él se lo había imaginado, porque al menos para él, eso le pareció en el momento que la vio. Que se casaron en una iglesia llamada Santiago, mi madre luciendo unas flores en el pelo, y mi padre un negro y espeso bigote al estilo Jorge Negrete, como él decía.
Le conté un poco acerca de su vida en Galicia, de como en nuestro viaje de bodas, mamá y yo pasamos a Lugo, tomamos fotos y nos imaginamos como habría sido esa ciudad cuando nació mi padre, para luego enterarnos que en realidad no es ahí donde había nacido, sino en un pueblo aledaño llamado Villalba. Y que ni siquiera había vivido en Lugo, sino en una ciudad llamada Vigo donde la mayor parte del año estaba nublado y llovía, y que desde su casa se veía el mar, alimentando de este modo los sueños de un niño de ocho años de ser marinero. Pero que en vez de lanzarlse a alguna aventura digna de Jack Sparrow, o por lo menos de Cristóbal Colón, había decidido estudiar para abogado en una ciudad llamada Santiago de Compostela, en la Universidad que se encontraba en el viejo camino a La Coruña, a unos pasos de donde vivía. Que decía que su padre era un abogado de segunda, sin que supiera yo a que se refería exactamente con eso, y que su madre no estaba muy seguro si se llamaba Paz, pero que creía que sí. Le gustó saber que mi padre se llamaba Eligio Jesús Divino Mans de María. Que cuando era chico, ese nombre se resumía en Xuxo, y que ni sabía por qué le decían así.
Le dije que su abuelo era un hombre alto, que a veces usaba bigote y otras lentes oscuros. Que al meterse en la tina, dejaba correr el agua caliente un buen rato, mientras veía como el vapor subía y se apoderaba del cuarto de baño, haciendo que éste se volviera más cálido, y organizaba entonces todas las cosas que tenía planeadas para ese día. Que el andar siempre bien vestido era una de sus cualidades más notadas. Que tenía algunas mancuernillas y le gustaba usarlas los domingos, junto con un saco azul marino, y una camisa bordada con las letras E.P.R., las iniciales de su nombre. Le conté como le gustaba leer sentado en la sala de su casa, recargado en su sillón verde con moldura de madera, mientras oía música clásica o algún disco de Carlos Núñez, un famoso gallego que interpetaba música celta con una gaita electrónica. Que muchas mañanas se sentaba en su cama y se empinaba sobre un montón de cartas acomodadas para jugar solitario mientras veía la Televisión Española, o bien se ponía a hacer crucigramas en la mesa del comedor, mientras saboreaba una Coca Cola Light con muchos hielos. 
Que disfrutábamos viendo el fútbol juntos y me encantaba oir su conversación. Siempre tenía algún comentario inteligente que hacer, algún consejo que darme y también algún chiste que contar. Podíamos pasar horas hablando de la vida política del país, de que si Andrés Manuel, llegaría o no a ser presidente de la nación, de las últimas noticias de la Televisión Española, y por supuesto, de la desgracia de que el Celta de Vigo hubiera obtenido pésimos resultados en la Liga Española, provocando con esto su descenso a la segunda división.
También le expliqué que su abuelo era socio de una Casa de Cambio de la Ciudad de México y a la que, después de muchos años de trabajo, sólo iba para dar consejo a sus amigos, y después se iban todos juntos a algún café de la calle Mazaryk para disfutar de una tarde en la que trataban de arreglar el mundo a su manera, disfrutando del aroma que emanaba de la taza de buen café, que se disponía saborear, el cuál, era desde luego, un  expresso doble, cortado y descafeinado.
Le dije que su abuelo fue un hombre excepcional. Un hombre al que sin decírselo, admiré toda mi vida. Un aventurero y a fin de cuentas, un marinero, tal y como él lo soñaba de niño. Se subió a un barco para buscar una nueva vida, y para eso se necesita valor y coraje, cualidades como las que tenía Jack Sparrow.
Le conté cómo cuando nació, su abuelo lo había sostenido en sus brazos, aún con el miedo que sentía de que se le fuera a  caer de las manos, pero lo sujetó fuerte y muy cerca de él. Y él, se sujetó de su abuelo, tomando su dedo con su diminuta mano, surgiendo entre ellos un lazo muy especial. También le dije cómo conforme iba creciendo, descubrió que el bigote de su abuelo, era un jugete muy divertido, que se podía jalar, y que cada vez que lo hacía provocaba que su “abu” se riera. Le dije que gracias a él, adquirí el gusto por la lectura y la música que ahora disfrutamos juntos, cuando por las noches le leo un cuento, o ponemos ese disco con la música de Pixar que tanto le gusta.
Le conté que su abuelo había muerto a los 84 años. Que había vivido una vida llena de felicidad y salud. Que se fue porque ya era su hora, porque Dios nos pone un plazo para que hagamos unas cosas que nos encarga acá, pero que una vez que se cumple ese plazo, nos habla para que vayamos con Él y terminemos de hacer otras cosas a Su lado. Y que lo que le toca hacer a los abuelos, es cuidar a sus nietos desde el cielo.
¡Ah! – me interrumpió Borja, con una expresión en la cara de razonamiento. – Con razón nunca me he roto nada como mis amigos. Le sonreí.
¿Qué te parece si mañana vemos fotos de tu abuelo? – le pregunté, con la intención de convencerlo para que nos fueramos por fin a descansar. Esto de estar recordando era una sensación agradable, pero definitivamente también agotadora. Especialmente a altas horas de la noche. –Está bien, pero cuéntame una cosa más y ya. – Relpicó. Para ese entonces ya sabía perfectamente como dar por terminada la sesión.
¿Sabes que me decía con frecuencia tu abu? – le pregunté. – “Quérote moito”. Borja abrió los ojos como platos y esbozó una sonrisa de esas que denotan complicidad. – Como nos decimos tu y yo. – Como nos decimos tu y yo – dije también, asintiendo con la cabeza.
En ese momento pensé en lo mucho que me estaba pareciendo a mi padre. No sólo físicamente como mucha gente me decía, también en actitudes y gustos. Incluso en la forma de decirle a Borja “Quérote moito”.  Cuando se lo dije por primera vez, quería que fuera nuestro lema. Así, tal cual, único, original. Seguramente mi padre también lo quiso así cuando me lo dijo. Una forma especial y única de recordarle. Y así quiero que Borja me recuerde. Pensé en como el ejemplo que había adquirido de mi padre me había formado, y que de igual forma quería lo mismo para Borja. Y... de pronto, sentí miedo. Miedo de no poder llegar a ser el padre que quisiera llegar a ser, de no poder transmitirle a mi hijo aquéllo que mi padre me enseñó. Miedo a olvidar las cosas vividas junto a él. Miedo a no recordarlo con la frecuencia suficiente para que viva en mí. Pero entonces, me dí cuenta. Ahí estaba Borja y gracias a su inocente pregunta, mi padre había cobrado vida con mis pensamientos. Era Borja el que, en su papel de hijo, me iba a hacer pensar “¿Qué hubiera hecho mi padre en mi lugar?” y eso...eso iba a ser suficiente para que le recordara en cada decisión, en cada regaño, en cada risa. 
- Papá, quérote moito – me dijo Borja, y cerró los ojos con una sonrisa dibujada en su cara. Se me hizo un nudo en la garganta, por segunda vez en la noche, y sólo alcance a decir: -“Quérote moito Borja”.
Y sigo pensando en la pregunta. Sigo dándole vueltas en la cabeza, porque mañana, le seguiré contando a Borja acerca de su abuelo. Y me siento embriagado por una sensación de felicidad mezclada con nostalgia, pero también con una inmensa tranquilidad, porque mi padre volverá a estar presente en mi pensamiento y en mi corazón...y así estará conmigo una vez más.

En tu cumpleaños, como siempre, te recordamos y te extrañamos.

miércoles, 15 de junio de 2011

La "Vicina"

Borja: ¿Mamá ya me toca mi “vicina”?
Mamá:  No Borja, hasta dentro de 2 horas
Borja a la media hora: ¿Mama ya “jalta” poco para mi “vicina”?
Mama: No Borjita, todavia no, falta mucho
Borja a la media hora: Mamá ¿ahora sí ya me toca mi “vicina”?
Mama: No Borja yo te aviso
Borja, casi a la hora de la medicina: Mamá ¡ya dame mi “vicina”, ya dámela!
Mamá sorprendida: Sí está bien, ya casi te toca, voy por ella.
Cuando regreso, Borja:  ¿Qué traes mamá la “vicina”?..¡¡.Noooo, no mamá no quiero la “vicina”!!

Algunas cosas no cambiarán nunca. Aunque por lo menos la medicina rosa ya no la tiene que tomar más y el doctor le ha empezado a disminuir los esteroides. Hemos empezado con terapia de mantenimiento. La enfermedad sigue en remisión así que ahora nuestro trabajo es mantenerla ahí para que no vuelva a aparecer. Durará dos años, y Borja tendrá que tomar todos los días quimioterapia vía oral. 

¡Adiós "vicina" rosa!

Almudena.

Hoy ha sido un día no muy bueno para Borja. Ayer le pusieron quimioterapia intratecal y como siempre, al día siguiente a las sesiones de quimio, amenece muy cansado y malhumorado. Nada quiere, nada le parece, todo le molesta, con nada se conforma, nadie le cae bien, con nadie quiere hablar, con nadie quiere negociar. Cuando dice “No quiero”, no hay más que hacer, y pobre de aquél que ose llevarle la contra, porque le declara la guerra, la cual empieza con un buen armamento de gritos, pataletas y manotazos. Esos días hay que armarse de paciencia y un poco de creatividad, la cual se va agotando con el paso del tiempo.

Sin embargo, hay una personita que logra lo que papás, abuelos y tíos no lograrán nunca. A la única que le aguanta todo, es a Almudena. Su hermana puede hacer lo que quiera con él, incluso jalarle la oreja desde abajo para pararse ahora que empieza a hacer sus pinitos. Es la única que consigue arrancarle una sonrisa cuando ya no sabe si quiere comer salchicha o arroz, o si quiere jugar Wii o DS, o cuando llora desconsolado porque le toca la “vicina” rosa. Sabe que es su compañera de juegos (al menos pontencialmente), su cómplice y su amiga, “la señorita” que le alegra las mañanas. Almudena puede picarle un ojo, jalarle los pelos, pellizcarlo, babearlo, empujarlo, patearlo y demás “arlos”, que a Borja no le importa. Siente un orgullo casi paterno, seguido de un “ay mi chiquita” cuando ve que Almudena se sostiene y empieza a hacer equilibrio para manternese. Se preocupa si la van a inyectar y le comparte su pomadita para que no le duela, junto con unos cuantos consejos: Almudena: si te duele, aprietas fuerte la mano de mamá.

Ojalá Almudena pudiera hablar para que lograra consolarlo todavía más de lo que ya hace. Para que le dijera que no se preocupe cuando va a ver al doctor, porque esos piquetes que recibe, le van a ayudar a curarse rápido y poder jugar con ella sin que papá o mamá se preocupen de que se vaya a lastimar. Que se va a poder subir por la resbaladilla del jardín de los abus, sin que nadie lo esté sosteniendo, con miedo de que sus piernitas vayan a fallar debido a la debilidad que el causa la quimioterapia. O que va a  poder regresar a nadar con ella y su amigo Iker al Parque, y además, ya no se va a sentir ese frío que lo congelaba cuando salía de la alberca porque estaba enfermito. Ojalá le pudiera decir que esto se le va a olvidar, si no todo, la mayor parte, y que el sufrimiento que llega a sentir en esas visitas a la clínica va a pasar, y lo va a hacer más fuerte. Y que se siente orgullosa de él porque es muy valiente y no llora tanto como ella cuando le ponen una inyección.

Pero Almudena  no habla,  y de todos modos Borja se siente feliz, sólo de estar con ella y que lo vea jugar Mario Bros. Y no se acuerda del Doctor, ni de la señorita Laura, ni de la mariposa que le ponen cuando le sacan sangre (aunque la tenga que traer parte de la mañana para que por ahí le inyecten la quimio en la tarde)

Gracias Almudena, porque dentro de tu inocencia, consuelas como nadie a tu hermano...y a mí.

lunes, 6 de junio de 2011

Remisión.

¡Estamos en remisión! El miércoles nos dio la noticia el doctor. En sus propias palabras: “Este niño ya no tiene leucemia”. Un alto porcentaje de niños entra en remisión más o menos al mes de tratamiento, así que no es una noticia extraordinaria, pero sí una muy importante. Y es que Borja ha sido lo que llaman en inglés un Rapid Early Responder, esto quiere decir que tuvo una respuesta muy buena al tratamiento y con poco tiempo de iniciado éste, por lo que el riesgo de recaída es muy bajo.

Estamos felices porque Borja ya está libre de este terrible mal. Aunque el tratamiento debe continuar. El cáncer no tiene palabra de honor y puede regresar, así que seguimos con quimioterapias una vez a la semana y ya pronto estaremos empezando terapia de mantenimiento que durará dos años, y en los que tendrá sus sesiones una vez al mes. Ya estamos dejando atrás los esteroides que tomaba a diario, se ha reducido la dosis y con ellos el apetito voraz que lo atacaba a todas horas, incluídas las madrugadas, cuando se levantaba y me decía: "Mamá, tengo hambre, es que hoy no comí nada". La inflamación también está cediendo, y Borja está recuperando su agilidad de antes, ya brinca, corre, se echa machingüepas, y claro, avienta sus coches por todos lados.

No puedo esperar a que la “normalidad” llegue a nuestras vidas, o por  lo menos la nueva “normalidad”, aunque tengamos un nuevo miembro, nada deseado, en la familia.