Quiero compartir algo que escribí cuando murió mi suegro...hoy es un buen día para hacerlo.
"Sigo pensando en la pregunta. Sigo dándole vueltas en la cabeza, embriagado por la sensación de felicidad mezclada con nostalgia; nostalgia que me hace suspirar y pensar en lo afortunado que soy de poder sentirla y vivirla. Especialmente esta noche, cuando al llevar a la cama a mi hijo, éste me ha preguntado: “Papá ¿cómo era mi abuelo?, cuéntame alguna historia de él”. La pregunta instantáneamente provocó que la famosa sensación de nudo en la garganta hiciera su aparición, esta vez recorriendo todo mi cuerpo a modo de escalofrío. Le sonreí, y en esos segundos que duró la sonrisa, antes de que empezara a hablar, se me vinieron a la mente infinidad de imágenes y recuerdos de mi padre. Lo complicado empezaba ahora. Cómo resumirle a un niño de siete años tantas cosas vividas, las mejores anécdotas, los mejores chistes...la historia que quería oír. Borja clavaba sus ojos redondos en mí, esperando una respuesta, arqueando sus cejas como hacía cuando sentía curiosidad por algo. Así que me aclaré la garganta, y comencé a contarle como era su abuelo.
Mi hijo Borja tiene cuatro años. Hace casi un mes le diagnosticaron Leucemia Linfoblástica Aguda. Con este blog pretendo compartir mi experiencia con esta enfermedad, pero no una experiencia cualquiera, una experiencia de VIDA, llena de positivismo y realismo; llena de esperanza y fe; llena de anécdotas y enseñanzas que un niño de la edad de Borja nos puede dejar.
miércoles, 22 de junio de 2011
Quérote Moito.
Empecé contándole que mi padre había llegado de España buscando una nueva oportunidad en el país, porque los estragos de la españa franquista empezaban a notarse. Que viajó en un barco, ataviado con una camisa blanca, un saco gris, y una desgastada gorra que le protegía del sol atlántico durante el trayecto, cuando salía a cubierta a respirar del aire salado de aquellos mares desconocidos. Que dormía en un minúsculo camarote de madera por el que se asomaba cada mañana por una pequeña escotilla, imaginándose como sería su nueva vida. Hasta que un caluroso día, desembarcó en Veracruz. Un día en el que tembló, anécdota que le gustaba contar y relacionar con su llegada.
Le conté como decía mi padre que la noche que conoció a mi madre supo que iba a pasar el resto de su vida con ella, aunque le llevara quince años de diferencia y le dijeran “asaltacunas”. Porque se enamoró desde que la vio por primera vez, en aquél baile en el que mi madre había sido reina de alguna asociación de empresarios, aunque no estaba seguro si eso de reina, él se lo había imaginado, porque al menos para él, eso le pareció en el momento que la vio. Que se casaron en una iglesia llamada Santiago, mi madre luciendo unas flores en el pelo, y mi padre un negro y espeso bigote al estilo Jorge Negrete, como él decía.
Le conté un poco acerca de su vida en Galicia, de como en nuestro viaje de bodas, mamá y yo pasamos a Lugo, tomamos fotos y nos imaginamos como habría sido esa ciudad cuando nació mi padre, para luego enterarnos que en realidad no es ahí donde había nacido, sino en un pueblo aledaño llamado Villalba. Y que ni siquiera había vivido en Lugo, sino en una ciudad llamada Vigo donde la mayor parte del año estaba nublado y llovía, y que desde su casa se veía el mar, alimentando de este modo los sueños de un niño de ocho años de ser marinero. Pero que en vez de lanzarlse a alguna aventura digna de Jack Sparrow, o por lo menos de Cristóbal Colón, había decidido estudiar para abogado en una ciudad llamada Santiago de Compostela, en la Universidad que se encontraba en el viejo camino a La Coruña, a unos pasos de donde vivía. Que decía que su padre era un abogado de segunda, sin que supiera yo a que se refería exactamente con eso, y que su madre no estaba muy seguro si se llamaba Paz, pero que creía que sí. Le gustó saber que mi padre se llamaba Eligio Jesús Divino Mans de María. Que cuando era chico, ese nombre se resumía en Xuxo, y que ni sabía por qué le decían así.
Le dije que su abuelo era un hombre alto, que a veces usaba bigote y otras lentes oscuros. Que al meterse en la tina, dejaba correr el agua caliente un buen rato, mientras veía como el vapor subía y se apoderaba del cuarto de baño, haciendo que éste se volviera más cálido, y organizaba entonces todas las cosas que tenía planeadas para ese día. Que el andar siempre bien vestido era una de sus cualidades más notadas. Que tenía algunas mancuernillas y le gustaba usarlas los domingos, junto con un saco azul marino, y una camisa bordada con las letras E.P.R., las iniciales de su nombre. Le conté como le gustaba leer sentado en la sala de su casa, recargado en su sillón verde con moldura de madera, mientras oía música clásica o algún disco de Carlos Núñez, un famoso gallego que interpetaba música celta con una gaita electrónica. Que muchas mañanas se sentaba en su cama y se empinaba sobre un montón de cartas acomodadas para jugar solitario mientras veía la Televisión Española, o bien se ponía a hacer crucigramas en la mesa del comedor, mientras saboreaba una Coca Cola Light con muchos hielos.
Que disfrutábamos viendo el fútbol juntos y me encantaba oir su conversación. Siempre tenía algún comentario inteligente que hacer, algún consejo que darme y también algún chiste que contar. Podíamos pasar horas hablando de la vida política del país, de que si Andrés Manuel, llegaría o no a ser presidente de la nación, de las últimas noticias de la Televisión Española, y por supuesto, de la desgracia de que el Celta de Vigo hubiera obtenido pésimos resultados en la Liga Española, provocando con esto su descenso a la segunda división.
También le expliqué que su abuelo era socio de una Casa de Cambio de la Ciudad de México y a la que, después de muchos años de trabajo, sólo iba para dar consejo a sus amigos, y después se iban todos juntos a algún café de la calle Mazaryk para disfutar de una tarde en la que trataban de arreglar el mundo a su manera, disfrutando del aroma que emanaba de la taza de buen café, que se disponía saborear, el cuál, era desde luego, un expresso doble, cortado y descafeinado.
Le dije que su abuelo fue un hombre excepcional. Un hombre al que sin decírselo, admiré toda mi vida. Un aventurero y a fin de cuentas, un marinero, tal y como él lo soñaba de niño. Se subió a un barco para buscar una nueva vida, y para eso se necesita valor y coraje, cualidades como las que tenía Jack Sparrow.
Le conté cómo cuando nació, su abuelo lo había sostenido en sus brazos, aún con el miedo que sentía de que se le fuera a caer de las manos, pero lo sujetó fuerte y muy cerca de él. Y él, se sujetó de su abuelo, tomando su dedo con su diminuta mano, surgiendo entre ellos un lazo muy especial. También le dije cómo conforme iba creciendo, descubrió que el bigote de su abuelo, era un jugete muy divertido, que se podía jalar, y que cada vez que lo hacía provocaba que su “abu” se riera. Le dije que gracias a él, adquirí el gusto por la lectura y la música que ahora disfrutamos juntos, cuando por las noches le leo un cuento, o ponemos ese disco con la música de Pixar que tanto le gusta.
Le conté que su abuelo había muerto a los 84 años. Que había vivido una vida llena de felicidad y salud. Que se fue porque ya era su hora, porque Dios nos pone un plazo para que hagamos unas cosas que nos encarga acá, pero que una vez que se cumple ese plazo, nos habla para que vayamos con Él y terminemos de hacer otras cosas a Su lado. Y que lo que le toca hacer a los abuelos, es cuidar a sus nietos desde el cielo.
¡Ah! – me interrumpió Borja, con una expresión en la cara de razonamiento. – Con razón nunca me he roto nada como mis amigos. Le sonreí.
¿Qué te parece si mañana vemos fotos de tu abuelo? – le pregunté, con la intención de convencerlo para que nos fueramos por fin a descansar. Esto de estar recordando era una sensación agradable, pero definitivamente también agotadora. Especialmente a altas horas de la noche. –Está bien, pero cuéntame una cosa más y ya. – Relpicó. Para ese entonces ya sabía perfectamente como dar por terminada la sesión.
¿Sabes que me decía con frecuencia tu abu? – le pregunté. – “Quérote moito”. Borja abrió los ojos como platos y esbozó una sonrisa de esas que denotan complicidad. – Como nos decimos tu y yo. – Como nos decimos tu y yo – dije también, asintiendo con la cabeza.
En ese momento pensé en lo mucho que me estaba pareciendo a mi padre. No sólo físicamente como mucha gente me decía, también en actitudes y gustos. Incluso en la forma de decirle a Borja “Quérote moito”. Cuando se lo dije por primera vez, quería que fuera nuestro lema. Así, tal cual, único, original. Seguramente mi padre también lo quiso así cuando me lo dijo. Una forma especial y única de recordarle. Y así quiero que Borja me recuerde. Pensé en como el ejemplo que había adquirido de mi padre me había formado, y que de igual forma quería lo mismo para Borja. Y... de pronto, sentí miedo. Miedo de no poder llegar a ser el padre que quisiera llegar a ser, de no poder transmitirle a mi hijo aquéllo que mi padre me enseñó. Miedo a olvidar las cosas vividas junto a él. Miedo a no recordarlo con la frecuencia suficiente para que viva en mí. Pero entonces, me dí cuenta. Ahí estaba Borja y gracias a su inocente pregunta, mi padre había cobrado vida con mis pensamientos. Era Borja el que, en su papel de hijo, me iba a hacer pensar “¿Qué hubiera hecho mi padre en mi lugar?” y eso...eso iba a ser suficiente para que le recordara en cada decisión, en cada regaño, en cada risa.
- Papá, quérote moito – me dijo Borja, y cerró los ojos con una sonrisa dibujada en su cara. Se me hizo un nudo en la garganta, por segunda vez en la noche, y sólo alcance a decir: -“Quérote moito Borja”.
Y sigo pensando en la pregunta. Sigo dándole vueltas en la cabeza, porque mañana, le seguiré contando a Borja acerca de su abuelo. Y me siento embriagado por una sensación de felicidad mezclada con nostalgia, pero también con una inmensa tranquilidad, porque mi padre volverá a estar presente en mi pensamiento y en mi corazón...y así estará conmigo una vez más.
En tu cumpleaños, como siempre, te recordamos y te extrañamos.
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¡Ay Rodrigo, yo también le quería! Era el tío Eligio. El que me cogía en brazos y me lanzaba al aire. Yo era feliz cuando, de tarde en tarde, le podíamos volver a verd. En verdad era entrañable y me encanta oirte hablar así de él. Me encanta que estés orgulloso, porque también forma parte de mi sangre y de nuestra familia. Dale un abrazo a Borja de parte de su tía Chús. Que también vive en Vigo y que espero que algún día también le podamos tener un poquito a él y a vosotros aquí.
ResponderEliminar¡Qué barbaro Roi! Me haces llorar. El abuelo me empezó a decir querote moito la última vez que lo vi en México.
ResponderEliminarSomos dichosos por que en la inmensidad del espacio y en la eternidad del tiempo pudimos compartir parte de nuestra vida con él.
Te quiero mucho Roi, más de lo que te imaginas.