Naciste
una mañana de julio, hace 5 años, después de los reglamentarios nueve meses de
espera y una barriga que era la esperanza convertida en bendición. Sentí tus
moviemientos dentro de mí durante un tiempo, causando una infinidad de
sentimientos en tu papá y en mi. Sin embargo, ninguno como el que sentí la
primera vez que oí tu llanto, tan parecido al de otros niños pero tan diferente
al mismo tiempo, porque era el tuyo, el de mi hijo. Es una especie de sensación
surreal, mezcla de felicidad y temor, angustia y orgullo.
Siempre
me quedará grabado ese día. La llegada al hospital fue sin contratiempos,
después de una noche tranquila en la que para mi sorpresa pude conciliar el
sueño, alimentado por la serenidad de quien sabe que todo lo que viene va a
salir bien. Después de los trámites a realizar en el hospital y de saludar a
los futuros abuelos y tíos, me ingresaron a la sala de preparación, dónde no te
puedo describir exactamente que pasó ya que los nervios y la emoción a esas
alturas empezaban a apoderarse de mí. Sin embargo, de las cosas que recuerdo es
a una enfermera amable que me hacía conversación, una bata y un gorro
ridiculamente incomodos, y un edema (prometo explicarte qué es eso) que, aunque
no fue la peor de las experiencias, prefiero no describir. Ataviada tan elegantemente
me condujeron al quirófano en donde una plancha fría me esperaba. Todo lo que
sucedió después no fueron más que procedimientos de rutina antes de realizarse
una operación, entre ellos el piquete de la anestesia a cargo de un doctor muy
amigable que todo el tiempo no paró de llamarme “chaparra” -¿será que me había
visto en pie? No lo sé, pero sin duda, el apodo me quedó de maravilla y de
algún modo me hizo sentir más cómoda. Muchos minutos (o al menos a mi me
parecieron) pasaron en lo que pudieron dejar a papá reunirse conmigo. Y ahí
estábamos, los dos agarrados de una mano y con el corazón en la otra,
esperándo, oyendo, adivinando. Cuando de pronto una voz, que no estoy segura de
quien fue, anunció que el bebé había nacido y que estaba perfectamente sano y que además, por
si esto no era suficiente, era el más bonito que había visto. Las lágrimas fue
lo siguiente que recuerdo, las mías y las de papá, que entre sollozos me dijo
“Nació Borja”. El primero en cargarte fue él, y supongo que la emoción que
sintió ha de haber sido indescriptible, ya se lo preguntarás tu mismo. Al igual
que a los abuelos y los tíos, que impacientes, esperaban como perritos en una
tienda de mascotas atrás de un cristal,
por el que te vieron por primera vez, haciendo del momento una mezcla de risas,
llantos, abrazos y felicitaciones. Lo siguiente era el momento que más había
esperado en mi vida, por fin habías nacido, por fin estabas con nosotros y moría
de ganas de cargarte y darte un primer beso, de conocer a aquella personita que
me había estado pateando y empujando durante los últimos meses y que me había
imaginado de mil formas, y por la que sin conocerla aún de frente ya daba mi
vida entera. Ese momento no tardó en llegar mientras seguías en manos de los
doctores, y te di ese primer beso, que
siempre recordaré como el beso que he dado a la piel más suave que jamás
imaginé, tan suave, que pensé que te podía raspar con mis labios...al fin,
había llegado, el primero de muchísimos besos que te daría.
Y
así fue como naciste una mañana de julio,
después de los reglamentarios nueve meses de espera y una barriga que
era una bendición convertida en realidad.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS BOLLO!
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